¿Qué
queda de una educación reflexiva diez años después?
Un
diálogo entre exalumnos y profesor evalúa una experiencia de educación
reflexiva a partir del proyecto Filosofía 3/18
Félix
de Castro
Educador, formador de profesores y autor de livros de filosofía
fcastro1@pie.xtec.es
Por
negación de lo que aprendí en la universidad, donde tuve un solo diálogo en
el aula en 5 años, me propuse fomentar el pensar por uno mismo a partir del diálogo,
tomando como ejemplo a Sócrates.
Hace
mucho que soy profesor de filosofía y desde el principio siempre pensé que mi
aportación al alumnado tenía que ser algo más que una transmisión de
conocimientos. Eso era más evidente todavía en una asignatura como la filosofía.
Mi encuentro con el Grup IREF y con el proyecto de Mathew Lipman, Filosofía
3/18 (filosofía para niños), fue la revelación que estaba esperando. Vi que
era posible una educación reflexiva, es decir, una educación que potencie el
pensar por uno mismo, a partir del hacer-pensar cosas y del pensar sobre lo
hecho-pensado. Lipman sistematiza eso en un currículum basado en la filosofía
como procedimiento (el diálogo) y como contenido (los temas filosóficos). Hice
la formación necesaria para conocer ese currículum y ese procedimiento, así
como sus bases filosóficas. Y me puse a experimentar esa forma de hacer la
clase de forma sistemática con un grupo de bachillerato, de 15 alumnos de 16 años.
Recibieron tan bien la experiencia que, cuando dejamos de hacer ese tipo de
clase por necesidades horarias, exigieron continuar con una hora semanal extra
de Filosofía 3/18. Y fue así hasta final de curso. He continuado dando clases
de la misma manera desde entonces, pero el primer amor es siempre especial.
De
eso han pasado diez años y, como de la buena gente uno no pierde nunca el
contacto del todo, pensé en reunirlos para poder saber eso que a tantos
profesores nos gustaría saber y que no hay evaluación que lo diga: de todo lo
que hicimos, ¿qué ha quedado?
Todos
los exalumnos respondieron a mi mensaje, pero sólo tres pudieron asistir al
encuentro. Laura García, tiene 27 años, es ingeniera agrónoma y trabaja
temporalmente para el Departament d'Agricultura a la vez que participa en
diferentes ONG y asociaciones del Maresme; Montse Estarlich, de 27 años, es
psicóloga, monitora y actriz; y David Balcells, de 27 años, es técnico informático
responsable en tecnologías de la información y comunicaciones en un despacho
de abogados.
Reunidos
en mi casa, empezamos a comentar nuestros recuerdos de aquellas clases y a
reflexionar sobre ellos, mientras una grabadora deja fe del encuentro. Para
refrescarnos la memoria, leemos una transcripción íntegra de una de nuestras
sesiones de diálogo.
Montse:
--Recuerdo que íbamos a esta clase con un muy buena predisposición.
Laura:
--Sí, yo también. Estábamos dispuestos a discutirlo todo, a fijarnos en todo.
Cogimos como una práctica para ser capaces de hablar de cualquier tema que nos
planteásemos.
David:
--Una cosa muy buena que a mí me ha quedado de estas clases es que nos planteábamos
de qué estábamos hablando, definíamos el tema. No sé si eso os pasa en
vuestra vida diaria. A mí, sí; cuando estoy con amigos discutiendo alguna cosa
necesito descubrir dónde se encuentra el punto de inflexión, el problema, para
después, a partir de aquí, empezar a hablar.
M:
--Lo primero que necesitas es centrarte.
D:
--Sí, un punto de partida para no estar perdido: qué es lo importante y qué
no lo es para empezar a desarrollar el diálogo. Os explicaré una experiencia
de ejemplo. Hace poco estuve en una convención en el despacho de abogados donde
trabajo, con personas de diversos lugares de España y Sudamérica. En uno de
los encuentros se planteó un caso práctico ético. Se trataba de la situación
laboral de un hombre que era el encargado de una barbería en un club de golf,
el cual tenía un trato verbal con sus superiores para cobrar un sueldo bajo,
que era compensado con un dinero extra que él podía coger directamente de la
caja. Pasaron los años y con un cambio en la junta directiva del campo de golf,
le cambian las condiciones: ya que la parte cobrada "en negro" no
estaba "escrita", dejaría de cobrarla, aunque a cambio se le entregarían
ticket de dietas. Los abogados y economistas empezaron a comentar el caso y a
plantearse qué hacer si el trabajador se quejaba. El abogado laboralista decía
que con poco dinero se le podría despedir, y el abogado penalista, que era
posible denunciarle por robo. Yo pensaba que nadie veía el derecho adquirido
del trabajador.
Félix:
--Nadie se ponía en el lugar del trabajador.
D:
--Nadie, y fue allí donde vi claro que una de las cosas que me aportaron las
clases de filosofía es la necesidad de centrarte, en este caso para ver dónde
está la injusticia, el caso ético.
F:
--¿Os parece que erais un buen modelo de personas que dialogan?
L:
--Sí, porque llegamos a una situación en la que respetábamos mucho el turno
de palabra y eso es una cosa que cuesta mucho. El sobre qué discutíamos, casi
era lo de menos.
M:
--Yo lo que veo es que aunque tuviéramos opiniones diferentes todos exponíamos
la nuestra y los demás mostraban cómo lo veían ellos y buscaban entender por
qué tú lo veías de otra manera. Y todo eso lo hacíamos sin imponernos. Eso
es increíble. Es conseguir que entre todos investiguemos las opiniones del
grupo, y si alguien cambia de opinión es gracias a que todos han dicho la suya,
reflexiona y decide hacerlo.
D:
--¿Os habéis encontrado esa forma de dialogar con alguien? Yo, en grupos, no,
pero hablando de tú a tú, sí.
M:
--Sí, por ejemplo, con la pareja es así como se funciona bien, encontrando un
punto medio. Pero en grupo cuesta mucho.
F:
--¿Y por qué creéis que en nuestras clases pasaba?
D:
--En las demás asignaturas tienes que estudiar. Aprendes cosas, pero no les
sacas un provecho real, útil. En filosofía hablábamos y podíamos meternos en
la piel del otro, intentar entender lo que estaba pensando.
L:
--Todas las asignaturas son para escuchar y escribir. Aquí teníamos que hablar
y todos partíamos de las mismas posibilidades, porque no necesitabas una
aptitud especial para pensar con el grupo, simplemente ganas de decir lo que
piensas.
M:
--Además, yo creo que le encontrábamos una utilidad, entendíamos el porqué
de la filosofía. En la adolescencia se tiene un concepto cerrado del mundo,
porque todavía uno se está despertando. Por eso, la filosofía se entiende si
es práctica; es así como temas como la percepción o la lógica sirven. Los
adolescentes son muy trascendentes, como los temas de la filosofía, pero como
no tienen experiencia no saben cómo moverse. A nosotros se nos dio una
herramienta para hablar de temas que en realidad sí que interesan, como la
imaginación o temas abstractos que representan el cambio del niño al
adolescente, como las creencias. En algunas clases de ética se discute sobre
temas de la vida, pero en esos debates simplemente cada una dice lo que piensa.
Nosotros hablábamos desde posiciones filosóficas y las aplicábamos a cosas
que sentíamos o pensábamos.
D:
--¿Sabes qué pienso, Montse? Creo que no discutíamos teorías de ningún filósofo,
sino que hacíamos filosofía nosotros mismos. Uno podía pensar que las cosas
están siempre cambiando, como dijo Heráclito, o que todo es constante siempre,
como dijo Parménides. Pero nosotros no lo sabíamos y cuando lo descubríamos,
porque nos lo comentabas tú, Félix, nos motivaba para continuar adelante.
F:
--Tenéis la sensación de que los temas de que hablábamos eran importantes;
por ejemplo, hablar sobre los límites de la imaginación, sobre qué es una
contradicción, sobre cuándo una generalización es incorrecta...
D:
--A diferencia de las otras asignaturas donde te llenas de conocimientos
enfocados hacia algo en concreto, aquí te sentías educado como persona. En las
otras clases aprendía nuestro intelecto, en éstas aprendía tu forma de ser,
tu persona, y eso creo que es un aprendizaje a otro nivel.
M:
--Sí, y además aprendimos a respetar otras opiniones. Eso lo aprendimos mucho.
D:
--Si os acordáis en la última clase, Félix nos preguntó qué era lo que habíamos
aprendido y una de las cosas que más salió fue "respetar la opinión de
los demás y escuchar".
F:
--¿Pero no creéis que eso ya era algo que hacíais normalmente?
D:
--Si lo hacíamos o no, no lo sé, pero sí sé que en esas clases se puso en
evidencia total. En las otras clases éramos habladores, pero nadie escuchaba
realmente a nadie, y con los amigos, se escuchaba al que gritaba más.
F:
--O sea, que la clase de filosofía fue un contexto donde hacer de forma natural
algo que teníais en potencia.
M:
--Si alguien en su casa tenía un contexto adecuado para hablar y escuchar,
perfecto; pero quien no lo tenía, allí tenía la oportunidad.
L:
--De todas formas, yo creo que aquellas clases tenían algo de viciosas porque
hacían que volviéramos cada semana, aunque fueran voluntarias. Quizás era
porque teníamos carta blanca para cuestionarlo todo y donde nuestra energía,
nuestro afán por contradecir y ese sentimiento de incomprensión característico
de la edad, hacían que creásemos nuestras propias teorías.
F:
--Bien, ahora os diré cuáles son los objetivos de la clase de filosofía tal y
como la hacíamos, y vosotros me decís lo que pensáis al respecto. Uno de los
objetivos es potenciar el pensamiento crítico, que es aquella forma de pensar
que busca clarificar el pensamiento, reconocer y usar criterios, dar y
distinguir buenas razones, etcétera.
M:
--Creo que resume un poco lo que hemos estado diciendo cuando hablábamos de que
la clase de filosofía nos hacía pensar con detenimiento, mirar con atención
lo que el otro decía...
D:
--..."Atacar" la opinión del otro con tus propios argumentos... Sí,
estoy totalmente de acuerdo.
F:
--Otro objetivo es potenciar el pensamiento creativo, que es aquel que busca
alternativas diferentes de pensar; es original, relaciona cosas que normalmente
no se relacionan, que se preocupa por avanzar en las investigaciones, etcétera.
L:
--Esto me hace pensar cuando nuestro compañero Ferrán, en medio de una discusión
sobre diferentes formas de ver las cosas, saltó de su silla a la pizarra y
dibujando un punto nos preguntó qué era. Por supuesto, nosotros dijimos que
era un punto, pero él nos respondió que para él podía ser un planeta porque
hay diferentes formas de ver lo mismo.
F:
--Y curiosamente, era uno de los compañeros que menos hablaba en clase, pero
ese día tuvo como una inspiración que le hizo decir su opinión.
M:
--Yo estoy totalmente de acuerdo con que se potencia el pensamiento creativo.
Por ejemplo, nosotros éramos los reyes de los ejemplos. Éramos capaces de
buscar ejemplos para todo y también ejemplos que demostraran que lo que decía
el otro tenía sus límites.
F:
--Y por último, otro de los objetivos es potenciar el pensamiento cuidadoso,
que es aquel que se preocupa por dar valor a lo que se piensa y que sea lo más
correcto desde nuestros valores éticos. Escuchar y tener en cuenta al otro no sólo
nos ayuda a avanzar cuando dialogamos, sino que también ayuda a investigar
cuidadosamente...
M:
Yo creo que escuchar y tener al otro en cuenta es lo que más aprendimos en la
clase de filosofía. Seguramente eso sí que al principio no lo hacíamos tanto.
D:
--No sé si os dais, cuenta pero ahora mismo estamos hablando y escuchándonos
tranquilamente.
F:
--Pero una cosa es ser educado, escuchar a los demás y esperar nuestro turno, y
otra escuchar atentamente, ponerse en el lugar del otro, etcétera.
D:
--Antes hemos dicho que se estaba potenciando el pensamiento crítico, ¿no?
Creo que no se puede tener pensamiento crítico sin escuchar al otro
atentamente.
M:
--Y también se demuestra cuando decimos que nunca intentábamos imponer nuestra
opinión.
D:
--Nuestros comentarios eran del tipo "Yo quiero saber por qué tú has
dicho que..." y no "te equivocas cuando dices que...". El proceso
era "quiero entender por qué has dicho eso y en el momento que me des
razones yo podré argumentar también".
L:
--También lo demuestran los resúmenes que nosotros mismos hacíamos para
aclararnos: "hasta ahora se ha dicho esto y yo creo que...". Eso es
tener en cuenta tanto la opinión de uno como de otro; es recoger lo que se ha
dicho y después decir lo que se piensa.
F:
--Que podríais decir sobre el papel que tiene el profesor en estas clases,
sobre lo que yo hacía.
D:
--La verdad es que hacías poca cosa. Cuando nos perdíamos nos reconducías.
L:
--No estoy de acuerdo. ¡Creo que hacías mucho! Potenciabas todo lo que hemos
estado diciendo que pasa en una clase así, ¿te parece poco, David?
D:
--Pero yo creo que ahora, si nos juntáramos, podríamos hacerlo sin profesor.
L:
--Es que cualquier cosa que aprendes con un profesor la aprendes para que algún
día no la necesites. Y en este caso nos ha quedado el hecho de plantearnos
cosas, de ser crítico. Por eso, ahora somos capaces de mantener conversaciones
importantes y sumergirnos en un mar de preguntas y dudas. Creo que todavía
somos adictos al debate, a la crítica, al pensar en mayúsculas.
D:
--Si, y a dedicar tiempo a observar el tema en las discusiones, escuchar al otro
atentamente, argumentar las opiniones. Tengo muy claro que muchas personas no
son así.
L:
--Aunque afortunadamente existen grupos donde se puede practicar esa actitud.
Por ejemplo, en la ONG donde estoy: no sólo hacemos camisetas, sino que nos
cuestionamos cómo venderlas, a quién encargárselas, a quién pedir dinero y a
quién no, y plantearnos siempre para qué hacemos lo que hacemos.
M:
--Yo, que no era una persona muy política, ahora estoy en un grupo en Canet de
Mar donde debatimos sobre las cosas que pasan en el pueblo. Es importante en
estos grupos reunirse, tener un punto de partida y dialogar.
F:
--Como lo teníamos en la clase de filosofía y como lo hemos tenido en esta
charla.
Acaba
así nuestro diálogo y el presente artículo. Con él pretendo mostrar (que no
demostrar) cómo en educación, aunque a veces no se vea claro adónde nos lleva
el camino elegido, es posible volver la vista y ver que el que elegimos no era
de los peores y era el que debimos tomar. Creo que los maestros y profesores
involucrados en Filosofía 3/18 van a entender eso. A ellos dedico este escrito.
Y por supuesto, al alumnado de bachillerato del IES Llavaneres de la promoción
de 1992-1993.
Texto
anteriormente publicada na revista AULA de Innovación Educativa
nº 128, Barcelona: enero de 2004.
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