"Las
estrategias de teatralización: una aproximación al pensamiento
en acción. Notas para un aporte metodológico en la transmisión de contenidos
filosóficos"[1]
Ricardo
Sassone
Instituto de Artes del Espectáculo
Facultad de Filosofía y Letras
UBA/UBACyT
resass88@hotmail.com
INTRODUCCIÓN
Esta
comunicación pretende transmitir dos objetivos. Por un lado, generar una
reflexión alrededor de tres ejes temáticos, por otro lado,
proponer una experiencia de performance
de lo que denominaremos:
teatro «participactivo»[1], en correlación con el marco teórico propuesto.
SOBRE LOS EJES TEMÁTICOS
En
primer término, delinearemos una
adecuada caracterización del hecho teatral que nos permita, desde el punto de vista conceptual,
proyectarnos fructíferamente en el campo de acción pedagógico que nos atañe.
Esta caracterización será considerada desde dos líneas de análisis:
a-
Siguiendo a Tavira[2],
sostendremos que el hecho teatral es «un
pensar que es un hacer», y «un
hacer que quiso ser lo que antes se
pensó». Es precisamente este pensar
en movimiento, dialectizado, lo que se convierte en
marca constituyente de la actividad de ese ser arrojado en el espacio de
representación: ser encarnado en el cuerpo del actor, un ego
puesto entre paréntesis, para asumirse como un alter ego devuelto como imagen traspuesta, a través
del espejo de la ficcionalidad. Esta última, instituida desde el criterio
de denegación, implica un des-plazarse
de toda referencia al movimiento del mundo
de la vida, para em-plazarse en el
artificio constituido en el mundo de la
obra;
b-
Consideraremos, siguiendo a Badiou[3],
que el teatro produce en y por sí, un efecto de verdad singular, que
denominaremos «verdad-teatro».Tal
verdad se genera y despliega en el espacio de representación en relación a una
«idea- teatro». El teatro es
entonces el ámbito en el cual la virtualidad de la idea baja a la actualidad
del espacio escénico. Debe su condición de existencia a ese momento y sólo a
ese momento. El teatro considerado como acto de la idea remite a una «verdad-teatral»
que en sí misma es un acontecimiento a
partir del cual, el
espacio de representación deviene punto de encuentro entre la eternidad de la figura
/forma y el instante, en y durante el
tiempo de la representación, en el
cual adquiere status existencial el personaje /cuerpo-ausente, en-carnado en el
actor /cuerpo-presente. Posibilidad
del encuentro entre el “instante de la actuación y la eternidad de la
figura”. El cuerpo del
actor y su voz, que también forma parte del cuerpo, detentan la materialidad de
la composición. Este artificio, producto del encuentro del instante y la
eternidad, conforma la dimensión de la
experiencia de «verdad-teatral».
En
segundo término, consideraremos al
hecho teatral como doble proceso: endógeno (aspecto implosivo) y exógeno
(aspecto explosivo). El primer aspecto nos remite a un hacer comprendido desde
una matriz formadora de carácter esencialmente social. La marca de lo grupal es
condición de posibilidad de que ese hacer pueda plasmarse en producción, cuya
apropiación pertenece también al colectivo. Así como la práctica de la
filosofía exige amistad, la práctica del teatro la exige
doblemente, ya que las relaciones entre iguales que definen la tarea,
demandan relaciones entre iguales al trasvasar de este primer aspecto al
segundo, al exógeno, donde nuevamente un otro es requerido para configurar
desde su mirada la textualidad espectacular. Desde lo expresado,
entendemos que la práctica teatral nos instala en referencias cercanas a
ciertos aspectos que hacen a la constitución de una comunidad de indagación.
En
tercer término, vemos en la práctica
teatral una posibilidad de transmisión de contenidos de tipo filosófico que
nos aproxima a las estrategias de comunicación presentes en los momentos
fundacionales de la práctica filosófica, esto es: el diálogo entre personajes
que muchas veces eran pasibles de ser leídos en clave de ficcionalidad. Es
entonces que el discurso estructurado en código teatral, podría representar
una interesante alternativa al peso que muchas veces se asigna a la narrativa
como estrategia que permite acceder a la indagación de problemas filosóficos.
I-Alrededor
del concepto de lo «teatral»
La
identidad entre pensar y hacer teatro es constitutiva de esta actividad. Nos
apartamos acá de todo enfoque semiológico-semántico donde el centro de atención
está puesto en la producción sígnica, atendiendo al el signo en sí mismo,
para centrarnos en el «hacer» como forma de acceder a la estructura de un
pensamiento que responde por un lado a la lógica de la acción y por otro al logos
coporal.
Para
pensar el teatro desde su finalidad debemos recurrir a cierto contexto
discursivo, adentrándonos en la dimensión poética, recuperando, con
relación a la misma, el sentido aristotélico[4] del término poietiké,
esto es: arte o facultad que tiene que ver con el hacer
o el producir. Corresponde a la visión del filósofo, planteada en esa obra
fundante que es la Poética, la
focalización de las condiciones desde las cuales se puede pensar la obra de
arte como autónoma, característica ésta que para nosotros se encuentra a la
base de lo que hoy introducimos como criterio
de denegación. La separación conceptual de praxis y póiesis nos
presenta el arte como realización de una póiesis
a través de una cierta téchne (un
hacer con conocimiento de causa). La obra (materia y forma), resultado de la
realización (techne / póiesis), se
producirá por mímesis de una forma (eidos).
En el arte trágico, tal forma es la acción (praxis). De lo
dicho se desprende, entonces, la conocida fómula constructiva aristotélica: la
tragedia es, ante todo, una mímesis
de una praxis (mimesis praxeos)[5].
La función del poeta será creativa, suponiendo un trabajo personal de
reelaboración que arroja como resultado la trama (mythos). Siguiendo a Ricoeur[6]
interpretaremos la definición de mythos, “disposición de los hechos en sistema” (he ton pragmaton systasis),
entendiendo systasis o su equivalente synthesis
como disposición, si se quiere en sistema, de los hechos. Se trata entonces
de imitación o representación en sentido dinámico de puesta en escena, de
trasposición en obras de representación.
Si
«mundo» se entiende en el sentido de «mundo para alguien», el «hacer» del
cual hablamos se plasma en un construir una dimensión que implica una cierta
coordenación de la realidad, así como las categorías de vida, naturaleza o
historia son articulaciones de la realidad, podemos considerar otro tipo de
articulación que puede «habitar la realidad». Es a esta dimensión la que
llamaremos, en sentido amplio, ficción o dimensión
ficcional. El destino del teatro consiste en ser lo otro, partiendo de situarse
en la convención de lo no real, asumiendo en la representación la posibilidad
de re-significar la realidad. De este modo, la ficción al constituirse en verosímil,
puede devenir «más verdadera que la realidad», al dar cuenta de una «verdad»
de esa realidad que la realidad no tiene. Tal es la «verdad teatro»[7].
Desde una adecuada relectura de la poética, encontramos en el «hacer mimético»
una vía de conocimiento, fuera del
accidente exegético que nos llevo a entender mimesis como mera imitación, y por ende entender el «realismo»
como mera copia de la realidad en grado sumo -lo cual nos impide apreciar lo que
la realidad nos revela en función de lo que nosotros desvelamos. La palabra
mimesis, en su sentido primigenio, está ligada a la representación del orden
de lo divino desde una concepción formal antropomórfica, obrando una
diferencia de escala –un antecedente de lo expresado se materializa en
construcciones tales como el coloso. Por otro lado, la palabra mimesis en el
contexto del culto dionisiaco, nos remite al proceso que experimenta el iniciado
al ser poseído por el héroe. Ambos sentidos están presentes en Aristóteles,
teniendo la mimesis el valor de poder representar a la realidad como horizonte
dentro del cual están comprendidas las cosas. Este proceder nos remite
literariamente a la expresión metafórica entendida como proceder analógico
desde el cual la relación significante – significado queda desplazada al
considerar el plus sentido que la metáfora
genera. La mimesis actúa de la misma
forma en tanto que hace presente lo ausente, mediando un proceso de transformación.
Así, el mayor de los «realismos» sería el que más transforma la realidad y
no el que más la «respeta»[8]. Comprender esto implica comprender la revolución
conceptual que introduce Aristóteles, en contraposición al punto de vista platónico[9],
al generar la condición de posibilidad de la autonomía de la obra de
arte, producto de un proceso creativo el cual involucra la decisión y un acto
de voluntad del artista / poeta, acto poiético
que involucra la noción de verosímil.
En
nuestro concepto, verosímil no debe ser entendido en referencia a un sistema de
creencias, a lo creíble, ya que precisamente, esto entronca con una lectura
estrecha de mimesis como imitación. «Vero-símil»
da cuenta que el símil (el representante y no lo que representa) contiene
la verdad de la cosa que la cosa no tiene, dado que las cosas no tienen verdad o
falsedad en tanto que no son portadoras de significado. El ser de la cosa radica
en el hecho de poder nombrarlas. Siguiendo a Tavira[10]
consideraremos que el arte es «producción morfológica de símiles», siendo
el actor una persona capaz de contener en si mismo la verdad de otra persona que
a su vez es un símil: el dramaturgo. Este último a su vez es capaz de contener
la verdad de otro símil, que es el espectador, cuya actividad principal radica
en spectare, esto es, introducir en su
propio horizonte de expectativas, la acción resignificada en el mundo de la
obra, cuya entidad depende de su mirada configuradora. La verosimilitud se
instala al correlacionar, por parte del espectador, dos series: la
correspondiente a las acciones prefiguradas y la correspondiente a la acción
actualizada. Esta correlación se lee en clave de verosimilitud cuando la acción
responde a cierta razón estética reguladora de la lógica de la acción. La ficcionaliad
introduce el nexo entre acciones y consecuencia de las acciones, que gracias al
verosímil se integran en un todo, pasibles de ser leídos desde una nueva
textualidad: el texto espectacular.
Esta articulación entre la dimensión ficcional y la de la realidad, se puede
comprender desde un punto de vista fenomenológico hermenéutico. Si bien actuar
es ponerse en situación, la primera actividad configuradora del espectáculo:
la mirada del director, conduce a los actores hacia una situación que resultará
actual en virtud de una elección entre varias situaciones posibles. Esta
actualización está asociada a una probabilidad de ocurrencia del fenómeno.
Obviamente la mejor situación será la que logre abrirse paso hacia su
instancia efectiva, Partiendo de cualquier instancia textual, es factible
proceder al desmontaje del texto en un movimiento hacia el contexto, llegando al
interlocutor de la obra sin apelación al significado del autor. La estrategia
hermenéutica nos permite afirmar que estoy
leyendo la obra de otro, pero soy yo quien se apropia de la misma. La
actuación implica un proceso de transformación energética; este proceso, leído
en términos de acción hace corresponder las nociones de unicidad y equilibrio,
expresada mediante lo que Aristóteles consideraba la «acción decisiva» capaz
de contener a todas las demás. Tal es la estructura del drama. Producir ficción
es coordenar una dimensión de modo tal que se establece una dialéctica entre
lo que se ve, lo dado a los sentidos y los respectivos contenidos subyacentes.
El espacio ficcional representa y relaciona los horizontes posibles en los
cuales se inscribe todo proceso de comprensión. La marca dramática se plasma
en una alteración en el estado de cosas que es el mundo para proyectarse en ese
otro mundo que es el mundo de la obra, al producirse el movimiento ficcional. Al
desmontar el texto, intentamos recorrer en sentido contrario el proceso desde el
cual dicha textualidad ha surgido, reconstruir el horizonte de estímulos del
autor, descubriendo las articulaciones de la razón estética que lleva a
estructurar la obra. En este proceso se descubrirán articulaciones y marcas
ficcionales, relacionadas con lo que llamaremos núcleos de ficcionalidad, que
afectan los posibles enunciados que conforman el discurso del personaje. Es
posible entonces seguir el encadenamiento de imágenes en cantidad, calidad y
articulaciones. Tomando el texto como referente, texto depositario del criterio
de unidad del cual habla Aristóteles al dar cuenta del contexto
espacio-temporal en el cual el tiempo de la obra se materializa. Poniendo la
mirada en la unicidad, podemos detectar los aspectos dinámicos que permiten
saltar desde la estructura textual al plano de la acción. Es este el motor que
impulsa a las situaciones en un esquema que, en el caso del drama y de acuerdo
acierta línea de análisis, responde a la unidad de opuestos. Tal es el juego
del suma cero que plantea el teatro. Toda ganancia queda estipulada con relación
a una pérdida, y viceversa. Una lectura energética del texto debe evaluar la
calidad de las acciones, en relación con la calidad de la energía máxima o mínima,
fuerte o débil, constituidas en instancias que responden a una verdadera
taxonomía de la acción. Reconocer esta energía nos permite correlacionar la
estructura textual con los planos de la realidad que marcan el texto. El
personaje se instancia, como mencionamos mas arriba, encarnando en el
actor-cuerpo presente cuando el mismo realiza ciertas y determinadas operaciones
mentales que le permiten configurar la acción en un tiempo pasado del presente
para proyectarla al futuro del presente. El presente, instante en fuga, acontecimiento,
queda apresado en el hiato marcado por San Agustín en las Confesiones[11].
Desde el punto de vista de la
acción, la continuidad en estas series disjuntas se produce en el plano de los
contenidos de la memoria: la de los actores-personajes, la de los
espectadores-personas y la memoria colectiva que da cuenta de una experiencia
compartida. Es este, el ser del ser-otro
que es el ser del actor. Mientras que
el pensamiento del actor pasa por
aquello que debe ser pensado para que el personaje exista, el pensamiento
del espectador pasa por aquello que debe ser pensado para que el texto
espectacular exista.
Entendemos
entonces que nos encontramos en un proceso sometido a las leyes del azar, en el
cual el “objeto poético”, en el sentido de Rosset[12],
se libera de toda referencia a una naturaleza, apareciendo como enteramente
artificial. Esto hace a la pertenencia de la obra de arte al “reino de lo
fortuito”. La instauración del «criterio
de denegación» es, a nuestro
juicio, condición necesaria para considerar el despliegue del hecho teatral en
sus distintas dimensiones, las que
consideraremos a la luz del desarrollo de Badiou[13].
Consideraremos
que el teatro produce en y por sí, un efecto de verdad singular, que
denominaremos «verdad-teatro».Tal verdad se genera y despliega en el espacio de
representación en relación a una «idea-
teatro». El teatro es entonces el ámbito en el cual la virtualidad de la
idea baja a la actualidad del espacio escénico, debiendo su condición de
existencia a ese momento y sólo a ese momento. El teatro considerado como acto
de la idea remite a una «verdad-teatral» que en sí misma es un acontecimiento
en virtud de lo cual esa «verdad» arriba y existe instanciada en ese momento.
Advertimos aquí una situación paradojal, ya que la inmediatez de esta «verdad»
se presenta en el contexto en que se re-presenta.
Por
otro lado, el espacio de representación deviene punto de encuentro entre la
eternidad de la figura /forma y el instante,
en y durante el tiempo de la representación. Así un personaje en-carnado en el
actor /cuerpo-presente, existe sólo
en el momento de la actuación, “instante en que se produce el encuentro con
la eternidad de la figura” o tipo ideal.
Tal es el tiempo propio del teatro, artificio,
condición de posibilidad del encuentro entre el “instante de la actuación y
la eternidad de la figura”. Del mismo modo el texto teatral virtual y abierto
- por definición- a interpretación, deviene texto teatral efectivo, a
instancias de lesa y sólo esa re-presentación. Texto espectacular, actualizado
y configurado, como lo hemos ya expresado, desde la mirada del receptor. En este
texto, se instancia asimismo el verosímil,
libre de todo resabio del primitivo estadio mimético.
El cuerpo del actor y su voz, que también forma parte del cuerpo,
detentan la materialidad de la composición. Como ya se expresó, este artificio,
producto del encuentro del instante y la eternidad, se proyecta en una nueva
dimensión: la dimensión de la
experiencia en la cual se
despliega lo que hemos denominado: «verdad-teatral».
El
hecho teatral como presencia y la verdad
teatral, dan cuenta de la presentificación de la «idea». Este «estar ahí»
de la «idea», es lo que se opone frontalmente al «lugar» de la «idea» en
el contexto filosófico, en el cual la «verdad» aparece con las notas de
eternidad, singularidad y universalidad. Suprimido alguno de estos atributos se
derrumba el concepto, cayendo en el escepticismo, en el dogmatismo abstracto o
en el relativismo.
El
teatro organiza entonces la presencia colectiva de la figura, en este encuentro
entre instante y eternidad, implicando esto una experiencia y actividad pública.
Aparece aquí plasmada la dimensión política
de la «verdad-teatral». Así como planteamos más arriba, la condición
configuradora de la mirada del receptor, en relación a su condición de ser
parte de una operación pasible de ser leída en clave de razón
estética[14], el público tiene la función de completar la «idea».
Pero no se trata aquí de un colectivo social homogéneo, sino depositario de la
diversidad. Esto nos permite introducirnos en el ámbito de lo genérico, y la universalidad en contraposición con la singularidad propia de la dimensión de la experiencia.
Podemos
también considerar la existencia de una dimensión
histórica de la «verdad-teatral», dado que el teatro nos permite «ver»
amplificadamente, en la dimensión del tiempo histórico, aspectos inherentes a
la condición humana, plasmados en «tipos ejemplares». Tal experiencia,
recuperada en clave política, nos permite aclarar nuestra propia situación
socio-cultural, en nuestro propio tiempo histórico.
Desde
las dimensiones en que se proyecta el hecho teatral, se comprende ahora la razón
por la cual el espacio teatral se configura como espacio
de elucidación de la verdad: de la «verdad-teatral»; una verdad que,
recordando lo expresado por Brook[15],
estará «siempre en movimiento».
II-
ACCIÓN PEDAGÓGICA A TRAVÉS DE / MEDIANTE EL ARTE DRAMÁTICO
Nos
aproximaremos a este tema dentro del marco general
de lo que denominamos educación por el arte[16],
planteándonos la hipótesis de que la formación de niños y jóvenes a través
del arte dramático, es una de las posibilidades más efectivas para contribuir
al desarrollo de ambos y a la
constitución de un espacio de reflexión intersubjetivamente válido. Debemos
precisar que con relación al doble aspecto en el cual puede ser entendido arte
dramático: espectáculo para jóvenes y espectáculo hecho por jóvenes,
centraremos nuestro enfoque en el segundo de ellos. La incorporación del teatro
como actividad formativa tiene por cierto larga data, los preconizadores de la escuela
activa de la década del ´50, han sostenido y transmitido sus valiosas
experiencias en este campo.[17]
Enfocada
esta actividad desde el concepto de práctica social, nos introducimos en
estrategias de participación activa desde la estructuración de grupos de
trabajo en general heterogéneos, que unifican su lenguaje creativo al
proyectarlo como acción teatralmente contextualizada.
Este
camino formativo puede ser recorrido en correlación con los cambios producidos
en el continuo niñez-adolescencia-juventud
(en adelante: «NAJ»), cuyo desarrollo es pasible de ser leído diacrónica y
sincrónicamente.
Desde
el inicio de la actividad y en el punto inferior de la serie (NAJ), se deben
instalar las condiciones para que la expresión dramática se instale en un
clima de libertad expresiva mental y corporalmente hablando. En dicho clima se
revelarán las inclinaciones y el potencial creativo que todo ser humano lleva
en sí mismo, apoyado en su lenguaje natural y en su cuerpo, así como se podrán
elaborar y superar las propias inhibiciones. No se trata de transformar
alumnos en actores o actrices, sino que el esfuerzo del coordinador
docente debe tender a transformar el simple deseo de hacer teatro en una
necesidad de educación mediante el teatro.
A
esta educación se llega entendiendo
claramente que esta practica tiene estructura de juego, juego teatral. Tal como
lo expresa Brook[18]:
«Interpretar requiere
mucho esfuerzo. Pero en cuanto lo consideramos como juego, deja de ser trabajo.
Una obra de teatro es juego»
Si
la obra es un campo de juego, la interpretación de la misma implicará el hecho
de «entrar en juego», es decir rehacer las experiencias básicas
que definen su trama. Esta práctica pone al descubierto la intuición
que lleva a Schiller[19]
a afirmar que «sólo juega el hombre cuando es hombre en el pleno sentido de la
palabra, y solamente es plenamente humano cuando juega» Esta vinculación entre
juego y desarrollo humano, tiene pleno sentido concediendo a la actividad lúdica
todo su carácter creador. Juego es toda actividad que permite acceder a
la generación un hecho con producción significante valiosa, realizado bajo
ciertas normas. En este contexto se vincula, entonces, libertad
y normatividad, conceptos a la base
de toda concepción ética del mundo.
La
educación mediante el teatro, educa prima facie, al niño en el teatro, iniciando su ciclo, en las
primeras instancias en las que naturalmente desarrolla su potencial lúdico,
para pasar luego a la dramatización de sus juegos, hasta llegar finalmente al
plano de la interpretación escénica de situaciones referidas tanto a su propia
producción, partiendo de alguna de las múltiples líneas de improvisación,
como desde textos de autor. Por esta vía, llega, realizando un trabajo sistemático,
hasta el umbral de la puesta en escena, al momento de alumbramiento del
hecho teatral. Esta metaforización tiene, por cierto, resonancias con lo
expuesto por Pavis[20]
al caracterizar la puesta en escena de la siguiente forma:
«El
parto del texto a la escena es de los más difíciles: cuando el espectador
asiste a la creación del espectáculo, ya es muy tarde para conocer el trabajo
preparatorio del director; el resultado está ahí (…) un espectáculo más o
menos logrado (…) en el cual el texto no es más que uno de los sistemas escénicos,
junto con los actores, el espacio, el ritmo temporal (…) la puesta en visión
sincrónica de todos los sistemas significantes cuya interacción es productora
de sentido para el público»
Entre
los distinto parámetros que dan cuenta de la calidad de energía puesta en
juego, es importante considerar el correspondiente al ritmo
como organizador del fenómeno sonoro - temporal espacialmente proyectado. Los
distintos ritmos correspondientes a cada sistema significante (iluminación,
escenografía, vestuario, dicción, gestualidad, etc., se integran en sistema (puesta en escena)
«unificando los distintos materiales
de la representación, disponiéndolos en el tiempo, en forma de acciones
escénicas, organizando los cuerpos, con emisión de voz, que se desplazan por
el espacio temporalizado en el que se desarrolla la escena.
Volviendo
a la instancia del juego, más allá de constituirse en espacio de
descubrimiento y exploración del mundo, permite poner en perspectiva un
importante elemento en el desarrollo de la actividad, esto es: el impulso. Más
allá de los correlatos que se establecen con la vida psíquica interna, es un
medio para trabajar en importantes áreas de estructuración de la personalidad
tales como las relacionadas con el deseo, el temor o la la fantasía. Casi
siempre el juego se torna acción dramática, en la cual el actor social es a la vez actor y espectador[21].
Dos vertientes del juego, la personal y la proyectual, el sujeto de la acción
indagará en su propio comportamiento
ante la mirada y punto de observación del coordinador. El impulso se coloca aquí
como motor de la acción desencadenante de líneas de desarrollo de materiales
codificados y configurados por la mencionada mirada, excéntrica y activa, del
coordinador docente deviene ahora, modulador
del flujo actancial, seleccionador de núcleos
de teatralidad emergentes, factor
desencadenante de distintas instancias del proceso creativo, administrador
de la energía grupal y última instancia
de contención.
El
juego dramático, tiene también el objetivo de entrenar la mirada de los
actores-alumnos, hacia adentro, registrando sus movimientos, dinamizando su
pensamiento al prefigurar la acción, pensamiento también en movimiento en
estrecha conexión con el logos
corporal, y con la razón estética
que rige la lógica de la acción creativa en general y la dramática en
especial. Desde esa lógica colocada a la base de la constitución del verosímil,
el actor deberá hacerse cargo de las consecuencias y sub-consecuencias de su
acción, que, al desplegarse, generará mundo: el mundo de la obra actualizado
desde su intervención estético-práctica. El cuerpo, punto cero de toda
referencialidad espacio-temporal, constituido en territorio escénico[22],
ha de ser explorado lúdicamente y tal como ocurre con el conocimiento de cualquier territorio, se representará en
un mapa corporal que deberá ser confeccionado y modificado en infinitas
instancias de relevamiento. Es acaso factible leer este mapa como «mapa fantasmático»
en el cual se articula un «todo» y sus partes. Distintos conceptos se ponen en
juego: límite, frontera, hito, escala, distancia, referencia, próximo, lejano,
etc. Estos conceptos pueden ser fructíferamente interpretados y remitidos a una
estructura pasible de ser abordada desde los opuestos, dramatizada en
antagonismos: hablamos de zonas pasivas y activas; perezosas y ágiles, tensas y
relajadas, secas y húmedas, frías y calientes, duras y blandas, internas y
externas, etc. y etc. Estos
opuestos permiten abordar la fragmentación, equilibrándola en un juego de
contraposiciones. Si afirmamos con Nietzsche, que «el cuerpo es un fenómeno múltiple,
al estar compuesto por una pluralidad de fuerzas irreductibles, su unidad es la
de un fenómeno múltiple». Podemos pensar que esa irreductibilidad de la que
habla el filósofo se genera desde la tensión producida entre fuerzas antagónicas.
Tomando lo anteriormente expresado en consideración, es factible pensar que las
acciones valorizadas desde esa tensión se ligan estrechamente al mapa erógeno,
al recorrido pulsional y fantasmático acentuado en esta pluralidad de fuerzas y
en este antagonismo. Se busca
entonces un equilibrio siempre dinámico, ya que es imposible plantear el
equilibrio de la totalidad, dado que la resultante de fuerzas sería nula.
Entender este equilibrio dinámico es entender este principio de la unidad de
opuestos que es la que rige el principio del drama eficazmente construido.
Apuntando a la estructura del grupo, el territorio escénico se amplía, de modo
que cada uno de los cuerpos individuales, podríamos pensar, tiene el status de
una estructura fractal -consideramos solamente el sentido intuitivo de este término,
y no el que corresponde al punto de vista matemático del concepto. Esto es: el
hecho de existir una forma irregular interrumpida o fragmentada y que a pesar de
ello sigue siendo tal cualquiera sea la escala en la cual se produzca el examen.[23]
Más
arriba hemos expresado la relación entre el hacer y el pensar, en la
caracterización del hecho teatral, para luego describir el pensamiento como pensamiento
en acción. Esta es, pues, una marca constituyente del sujeto de la acción
en el contexto de la teatralización y de la posibilidad de que tal sujeto pueda
asumirse como sujeto de enunciación de un cierto discurso que da cuenta de un
encadenamiento de «mentiras verdaderas». Esta última frase solamente puede
hacerse inteligible al introducir la interpretación y su valorización en el
contexto ficcional, ya que en el mismo no predicamos valor de verdad en el
sentido analítico, sino «verosimilitud».
La expresión pensamiento en acción
podría ser analizada por lo menos en dos planos: el primero nos remite al
pensamiento en movimiento, y este al logos
corporal. Logos que, siguiendo a Merleau Ponty.[24]
sería el responsable de la comprensión categorial espacio-temporal, desde el
punto de vista fenomenológico, ya que es el cuerpo el que «segrega espacio»,
en tanto que este «segrega tiempo».
Desde el punto de vista del movimiento, coincidimos con los conceptos planteados
por Máxime Sheets-Johnston, en su consideración de la improvisación en el
campo de la danza.[25]
Todo
proceso de improvisación como el que hemos mencionado como estrategia de acceso
a la teatralización, se concibe
asumiendo la creatividad como proceso abierto, en virtud de ese futuro abierto,
(open future) el proceso se instala en un estar siendo siempre, o sea, en
devenir.[26]
El
pensamiento en movimiento nos remite a
una forma de ser-en-el-mundo, es el
cuerpo existencialmente resonante el que crea un mundo dinámico particular no
mediatizado. Y es la inteligencia kinética la que
permite la proyección creativa de ese cuerpo en movimiento. De acuerdo a
patrones creativos fundados en el logos
kinético corporal. (kinetic
bodily logos).
El mismo
Merleau en relación a cómo comprender pensamiento en movimiento, nos aclara:
«el movimiento debe, de alguna forma cesar, para ser una manera
de designación de cosas o pensamientos, y convertirse en la presencia de
ese pensamiento en el mundo fenomenológico».
En
la segunda vertiente, pensamiento en acción nos remite a una actividad ubicua y
constante del sujeto portador de la acción, que demanda una necesaria reflexión
antes durante y a posteriori de la acción. Demás está decir que esta característica
es coincidente con la caracterización de la actividad docente en la situación
de aula. Desde este punto de vista, la performance[27]
del docente podría ser analizada en código de puesta en escena, tal como lo
resaltaremos, más adelante.
Como
toda obra de arte, el juego dramático permite instaurar un «mundo» en el
propio mundo, mundo, el denominado
«mundo de la vida». El mundo instaurado es un artificio, producto de
interpretaciones y reconstrucciones que juegan su producción significante en el
contexto ficcional, transversalizado por las categorías de espacio y tiempo,
pero en este caso, metaforizadas, es decir condensadas en los estrechos límites
de la puesta en escena. Si como dice Ortega, «vivir es estar haciendo
continuamente nuevas experirencias», el teatro, que no es la vida, nos permite
precisamente reflexionar acerca de esas experiencias, forzando nuestra
excentricidad de modo que podamos ver el ethos
en adecuada perspectiva: es necesario negar el mundo para poder hablar del
mundo. De esto mismo hablaba Aristóteles cuando nos dice, en la Poética,[28]
que «la distinción entre el historiador y el poeta
(….) reside en que uno relata lo que ha sucedido, y el otro lo que podría
haber acontecido.» O, más adelante[29]:
«el
poeta, por ser un imitador, justamente como el pintor u otro artífice de
apariencias, debe, en todas las instancias, por necesidad representar las cosas
en uno u otro de estos tres aspectos: bien como eran o son, como se dice o que
se piensa que son o parecen haber sido, o como ellas deben ser (…) En cuanto
al aspecto poético, es preferible una imposibilidad convincente a una
posibilidad inaceptable. »
Es
precisamente el artificio jugar con el desplazamiento de objetos, lo que nos
permite materializar la aspiración de Merleau Ponty: «El sacrificio de la vida
será filosóficamente imposible; sólo se tratará de ‘poner en juego su
vida’, lo que es una manera más profunda de vivir»[30]
III-
PEDAGOGÍA:
ENTRE FILO-SOFÍA, FILO-TEATRO Y
TEATRO-SOFÍA
El
título de este apartado sugiere un punto de encuentro planteado en un cierto
espacio, cuyas dimensiones debemos explorar. La marca de la relación «entre»
nos indica posibles díadas o tríadas leídas desde distintas aproximaciones
entre los términos relacionados. «Entre»
nos remite también a un cruce de caminos desde los cuales se llega y se
parte a nuestro objetivo comunicacional. Podemos plantearnos varios abordajes
dimensionales como ser: la dimensión filosófica
y teatral de la pedagogía, o la dimensión pedagógica
y filosófica del teatro,
o la dimensión teatral y pedagógica de la filosofía.
Podríamos
pensar que la pedagogía, en relación a lo antedicho, se proyecta en dos
niveles de análisis: como marco conceptual en el que se desarrolla la acción
pedagógica y dentro del cual se genera la producción significante de las
sendas filo-sófica, filo-teatral[31]
y teatro-sófica; o como el mencionado
punto de cruce de estos senderos. Es muy posible también que luego del cruce,
estos senderos sigan trayectorias divergentes. Creemos, en realidad, que sería
esencial que así ocurriera. De esta forma, nos aseguraríamos que el
punto de cruce nos remite a la unidad en la diversidad; lo cual provee
cierta riqueza, por un lado, dado
que nos abre a un enfoque dialéctico
de este encuentro, y por el otro, nos permite gozar de los beneficios de un
posible punto de vista hermenéutico.
Dado
que todo punto de encuentro participa tanto del azar,
leído en clave de condiciones de
posibilidad, como de las condiciones ontológicas que rodean a la existencia de
un objeto en fuga, instanciado en lo que hemos llamado mas arriba el «acontecimiento»
en el cual se plasma la producción artística, esto nos
impulsa a ubicarnos en ciertas coordenadas del espacio creativo asociadas
a la instancia del acto, en
contraposición al orden del concepto.
En
este punto de encuentro se resuelve siempre, provisoriamente, la tensión entre
la «realidad» y el orden de lo «real»;
pero como ya hemos dicho, y apoyándonos en la visión hermenéutica, esto no
clausura ni la comprensión de la realidad ni el acceso a lo real, sino que nos
permite retornar al concepto al instalarnos frente a la epistemología de lo efímero,
comprendida desde nuestras propias vivencias primordiales, que dan cuenta de
nuestro ser-en-el-mundo, del «ser-ahí».
Trataremos,
a continuación, de reflexionar brevemente sobre las tres dimensiones
que nos ocupan.
DIMENSIÓN
FILOSÓFICA DE LA PEDAGOGÍA
Concordamos
con Lipman en que la filosofía se evidencia como dimensión
irreemplazable de la educación, y viceversa[32], Pensamiento que refleja la posición kantiana, cuando
el filósofo da cuenta de que sin su proyección educativa,
la filosofía se vuelve vacía, mientras que sin su dimensión filosófica, la
educación se vuelve ciega. La
cuestión radica en no despojar a
la acción educativa de su inscripción dentro de prácticas sociales, de la problematización de las propias prácticas, y de la
necesidad de entender que toda práctica se asocia necesariamente a una dimensión
política, dimensión en la cual el «poder»[33]
circula contextualizando, como bien lo ha señalado Foucault, toda producción significante. En relación a esta
producción, es que la filosofía puede comprometerse con ciertos contenidos que
apunten a la transformación social propendiendo a establecer correlato entre
los contenidos del discurso ético, en cuanto teoría de la acción (praxis), y las instancias en las cuales se inscribe la acción
en el mundo.
A
esta altura y en relación a asta dimensión, es imposible soslayar toda
referencia al paradigma socrático, ya que la acción filosófico-pedagógica
tiene en éste su momento fundacional. Recordemos que para Sócrates, el fillósofo
está constituido en el lugar «maestro». Apuntamos aquí a recalcar los
aspectos propedéuticos que marca la filosofía, al proponer que la educación
debe aceptar el carácter dialógico de la persona, constituyendo esta práctica
en un real intercambio de ideas y experiencias realizadas en el contexto de los
actos de habla. El diálogo se convierte así en sustento epistemológico del
proceso educativo y en una exigencia existencial, en un estado de apertura, de
confianza y cuidado en relación al otro, involucrando pensamiento crítico,
creatividad, autonomía, tolerancia y respeto.[34]
Entendemos
que la revolución planteada por Lipman preconizando que el niño tiene aptitud
para practicar la filosofía tan pronto comienza su educación en el sistema
institucional, en el contexto de un verdadero programa de investigación
implementado comunitariamente, nos plantea un nuevo desafío en cuanto a
comprender realmente la interacción entre filosofía y pedagogía.
DIMENSIÓN
TEATRAL DE LA PEDAGOGÍA
Ha
de comprenderse, desde este punto de vista, lo que ya hemos esbozado:
la situación de aula puede ser leída fructíferamente como «escena» en la
cual el docente ocupa como actor social, un lugar de privilegio y legitimación,
en cuanto a las condiciones de enunciación de un cierto discurso, en correlación
con el actor en el contexto de la puesta en escena. En tanto que el alumno «espectador»
participa del acto dado que su mirada
es siempre activa –en nuestro
concepto, no hay encuadre para un espectador «pasivo»-, configuradora e
imbricada en la producción de sentido. El lugar «docente-actor» es también
un lugar de reflexión, como lo hemos dicho, antes durante y después de la «acción
pedagógica», acción que entronca con la mencionada textualidad discursiva,
previamente fijada, de la cual no se excluyen marcas de improvisación ad-hoc
producidas en la «situación de aula». Aceptar esto implica, para el docente,
disponer de una nueva «caja de herramientas», en el sentido de Lipman, para
realizar su tarea, apoyándose en sus impulsos e intuiciones – pars
construens-, y elaborando sus inhibiciones y limitaciones –pars
destruens-.
DIMENSIÓN
FILOSÓFICA DEL TEATRO
Entre
otras cosas, señalamos aquí los aspectos temáticos de profunda raigambre
filosófica incorporados o ex-puestos en distintas
estructuras dramáticas, en especial los que hacen a la reflexión en el campo
de la ética, a tal punto que algunas obras teatrales podrían ser encuadradas
como verdaderas obras didácticas en ese campo.
Por otro lado, las consideraciones alrededor de la teoría de la «tragedia»,
es entendida desde la exposición fundacional de Aristóteles en la Poética, bajo y desde categorías filosóficas constitutivas de una
teoría de la acción. Desde el marco de la misma, cabe mencionar que conceptos
como el de falla/falta (hamartia)
reconocimiento (anagnóresis) o catarsis
(kátarsis), han tenido una profunda
trascendencia en el ámbito de análisis psico-social.
DIMENSIÓN
PEDAGÓGICA DEL TEATRO
Para
introducirnos en la relación teatro y pedagogía, hacemos nuestro el lema de J.
Callejas[35],
sucinto y contundente:
«el teatro educa». Todo teatro conlleva la impronta didáctica cuando tiene
como objetivo centrarse en la invitación a reflexionar sobre un determinado
problema involucrando directamente a la comprensión del espectador.
En
sentido general podemos también decir, siguiendo a Pavis[36],
que el elemento didáctico acompaña necesariamente a todo trabajo teatral, dado
que difícilmente la acción dramática no intente instaurar un sentido. En ese contexto se pretenderá
subordinar la producción artística a una cierta visión ética y política del
mundo[37],
concebida desde cierto didactismo.
DIMENSIÓN
TEATRAL DE LA FILOSOFÍA
Nos
referimos aquí al hecho de que muchas obras filosóficas están
plasmadas en estructuras filoteatrales, así: distintas instancias de los
diálogos platónicos, o el relato de la alegoría de la caverna o el marco
representacional en el cual se desarrolla El
Banquete, son pasibles de ser traducidos al lenguaje expresivo teatral con
muy poco esfuerzo de adaptación. El mismo signo de teatralidad se puede también
advertir en el desarrollo textual de, por ejemplo las Meditaciones cartesianas,
o el estilo introspectivo de Merleau Ponty (v.gr. distintos pasajes de la Fenomenología
de la percepción.) Advertimos también rasgos comunes a lo que para
nosotros es la tensión dramática en ciertos estilos expositivos de algunos filósofos,
tales como el desarrollado por Hegel en la Fenomenología
del espíritu. No obstante lo expuesto, coincidimos con Badiou en que la
relación teatro y filosofía ha estado signada por una relación de «amor-odio».
[38]
Así, en la posición anti-teatral encontramos a Rousseau, o al propio
Nietzsche, enfrentados con la actitud de un Schiller o de un Hegel. Entre otros
aspectos, parecería que este enfrentamiento se centra en la propia concepción
de la «verdad», al contraponerse:
el ámbito discursivo especulativo y conceptual de la filosofía, ámbito en el
cual esta «verdad» parece
ocultarse, velarse y el ámbito teatral, instaurado en el «orden del acto», en
el cual la verdad puede ser elucidada. En todo caso, la «verdad teatral»
DIMENSIÓN
PEDAGÓGICA DE LA FILOSOFÍA
Al
focalizar esta dimensión, podríamos, por cierto, ser sumamente económicos en
el discurso, expresando también: «la filosofía educa». Sin más. De todos
modos, desearíamos recalcar que del proyecto general de educación por el arte,
se desprende el de educación estética,
no muchas veces expresado adecuadamente en los contenidos curriculares. Es campo
de la filosofía, el de la filosofía práctica. Es campo de la filosofía práctica
el de la estética. Por nuestra parte, reivindicamos, dentro de este último, el
de la «estética aplicada». Entre las distintas posibilidades de expresión
artística es para nosotros la específicamente teatral, proyectada hasta la
instancia de puesta en escena, la que permite formar parte del
dispositivo de producción de conocimiento, en un marco de profunda socialización,
donde lo grupal y lo individual se enfrentan a la necesidad de producir
articulaciones de gran valor en cuanto experiencia de vida.
Por
otro lado en este marco, la intervención del coordinador docente, por definición,
deberá ser excéntrica y a la vez tutorial en relación al grupo,
constituyéndose en la primera mirada configuradora de la producción
grupal e integrándose a una verdadera indagación comunitaria. Desde la «estética
de la recepción», no queda otra posibilidad más que entender la mirada del
espectador como parte de la propia obra de arte, ya que el texto espectacular se
constituye a partir de esa recepción y sólo de esa recepción. Esto hace que
el hecho teatral, imbricado en el contexto educacional, nos presente una
característica singular: nadie queda fuera del juego, ya que en el hipotético
caso de que alguien pretenda marginarse de la actividad grupal, ocupando el
lugar de un mero observador del trabajo efectivo del resto del grupo, el mismo
sigue estando dentro del grupo y sigue comprometido con la tarea al poder verter
su opinión, desde la mirada externa, como devolución a la producción efectiva,
le[ida en clave de interpretación. Cabe
finalmente mencionar que el camino de
indagación propuesto desde el programa de formación: «filosofía con niños y
jóvenes», cuyo punto de arranque lo visualizamos en la posición
revolucionaria de Lipman, anteriormente mencionada –aunque originariamente
acotada a estrategias literarias-, pone en verdadero relieve esta dimensión
pedagógica de la filosofía.
POST
SCRIPTUM: SOBRE TEATROSOFÍA
A
nuestro entender, dentro del campo de incumbencia de la estética
aplicada, debe considerarse el de una teatrología
filosófica. Para conceptualizar la misma nos arriesgaremos a proponer el
nombre de teatrosofía,
disciplina en el cual se enmarcan;,
por lo menos, tres aspectos:
a.-
Los correspondientes a nuevas metodologías de enseñanza, en los cuales la
actividad teatral pueda desempeñar un papel relevante en la transmisión de
contenidos.
b.-
Generar el desarrollo teórico que de cuenta de las relaciones entre «teatro»
e historia del teatro, que dé cuenta de las articulaciones del teatro como
saber en relación a otros saberes.
c.-
Finalmente, desarrollar un marco conceptual donde las preguntas, en relación al
hecho teatral, tengan el status de verdaderas preguntas filosóficas,
saber:
el
teatro:
¿Qué
es?;
¿Para
qué se hace?;
¿Quiénes
lo hacen?;
¿Para
quiénes se hace?;
¿Cómo
se hace?.
Tal
vez, como testimonio a lo planteado por Aristóteles en el inicio de la Poética[39]:
«Como
nuestro tema es la poética nos proponemos hablar no sólo de la poética misma
sino también de sus especies y de sus respectivas características y…de los
aspectos que atañen a la misma investigación. Hemos de seguir, pues, el orden
natural y comenzar con los primeros hechos.»
Los
caminos se cruzan, convergen; los caminos se abren, divergen, pero son siempre
caminos a ser transitados.
Cf.:
Sassone R., Filosofía e teatro: as
estratégias de teatralização como contribuição à transmossão de
conteúdos filosóficos. En:
KOHAN, W., comp., Ensino de Filosofia. Perspectivas,
Belo Horizonte: Auténtica, 2002, pp 119-139.
ARISTÓTELES,
Poética. Ed. trilingüe
griego, latín, castellano, Madrid: Gredos, 1974.
Rosset, Clément. La
anti-naturaleza. Madrid, Taurus, 1974.
Sobre el
particular, es de sumo interés confrontar: Maillard, Chantal. La
razón estética. Barcelona, Laertes, 1998. Cap. 2, 3 y 5.
BROOK, Peter, El espacio vacío,
Barcelona, Península, 1973. Cf.: p 199. Expresa el autor:
«
En la vida cotidiana, ‘si’ en una ficción; en el teatro ‘si’ es un
experimento.
En
la vida cotidiana, ‘si’ en una evasión; en el teatro ‘si’ es la
verdad. Cuando se nos induce a creer en esa verdad, entonces el teatro y la vida son uno.»
Nos remitimos al
marco general propuesto por H. Read. Cf.:
Read, Herbert. Educación por el
arte.
Barcelona, Paidós, 1986.
SCHILLER, J. La
educación estética del hombre. Madrid: Espasa-Calpe, 1968. Cf.
p 73. A
continuación de lo expresado da cuenta de su punto de vista estético:
«Esta
afirmación, que acaso en el momento parezca paradoja, recibirá signifiación
grande y profunda cuando hayamos llegado al punto de aplicarla a la doble
seriedad del deber y del destino; sevirá de cimiento, os lo prometo, a todo
el edificio del arte estético y del más difícil aún, arte de la vida.»
MERLEAU PONTY, Maurice. Fenomenología
de la percepción.
Barcelona,
Península, 1955.
Esto es
recuperado claramente por Kohan y Waksman. Cf. «Los desafíos actuales en
la práctica de la filosofía con niños» En: Kohan
Walter. y Waksman Vera, Filosofía
con niños. Aportes para el trabajo en clase. Bs.
As.: Ediciones Novedades
Educativas, 2000. Pp 32 ss
Entre
los muchos trabajos de Lipman, seguimos aquí: Thinking
in education, Cambridge University Press, 1991; trad. cast. Pensamiento
Complejo y Educación, Madrid: de la torre, 1997.
En relación a la tematización del «poder», y dada la importancia que
este concepto reviste por sus implcancias productivas, cabe resumir,
siguiendo a Deleuze, las principales reglas sobre análisis de este témino:
1.
no investigarlo meramente en su localización central (como poder del
estado en sentido restringido);
2.
no contentarse con señalar quién detenta el poder, sino sobre todo
cómo se ejerce;
3.
el poder no se posee, como un bien (no se trata de adoptar el «modelo
mercancía» en el contexto de un «economicismo» de la teoría del poder);
4.
el poder plantea una relación desigual que se ejerce: circula,
funciona en cadena, reticular y transversalmente;
5.
el análisis del poder debe seguir sus mismas vías de constitución,
de abajo hacia arriba. El poder global no es más que el efecto terminal de
todos los enfrentamientos, minúsculos y continuamente mantenidos;
6.
en torno a esos poderes no se forman ideologías, pero sí saberes;
7.
el poder no actúa solo
represiva e ideológicamente,
sino produciendo lo real;
8.
las relaciones de poder no son exteriores a los procesos económicos,
a las relaciones de conocimiento, etc. sino que son inmanentes a ellas. No son una «superestructura» sino una
materialidad directamente productora;
9.
las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas;
10.
el análisis en relación a cuestiones de poder debe centrarse en los
operadores materiales de la dominación y las formas locales de sometimiento,
y no hacia el edificio jurídico o hacia los llamados aparatos de estado y
las correspondientes ideologías a las cuales se asocian;
11.
donde hay poder debemos entender que hay resistencia.
Cf.
Deleuze Gilles, «Ecribain non: un nouveau cartographe», en: Critique,
París, nº 343, Dic. 1975, p 1215.
PAVIS, Patrice. Diccionario de Teatro.
Dramaturgia, estética, semiología. Barcelona: Piados, 1983.
S. v.: «Teatro».
El recorrido histórico que da cuenta de esta característica es muy
extenso. Así, nos podemos referir, tanto a los antecedentes medievales
alrededor de la puesta de autos sacramentales (teatro moralizante), como a
la producción del Agit-prop (teatro
de agitación, apoyado en formas expresivas de la comedia del arte);
al teatro de calle o de guerrilla;
al happening;
a los Lehrstücke de Brecht (teatro didáctico-político); al teatro de
tesis y el de parábolas (teatro pedagógico);
al teatro de situaciones;
sin soslayar la la producción de teatro
popular latinoamericano -nos referimos especialmente al teatro de
Augusto Boal (teatro del oprimido), quien por ejemplo en concomitancia con
la posición de Paulo Freire, utilizó instrumentalmente la práctica
teatral para sumar su esfuerzo a las campañas de alfabetización-, ni ,por
ejemplo, al actual teatro de performance.
|